Friday, March 16, 2007

 
“El hijo se puso en camino… Y el Padre corrió a abrazarlo” (Lc 15:1-2,11-32)
¿Cuaresma disciplina o crecimiento? La Alegría de encontrar lo perdido
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HECHOS: Hay un grito unánime en mis hermanos y hermanas de la parroquia que nos reunimos los domingos cuando les pregunto ¿los hombres podemos ser fieles? La respuesta es NO. ¡Imposible! Digo hombre pues la mayoría de las personas que vienen a misa son mujeres, la gran mayoría abandonada, separadas. Pues, el macho latino no puede estar quieto. Pero hoy la pregunta es para los dos sexos aunque la respuesta sea prioritariamente masculina, hay que reconocerlo. Esto es lo mismo que preguntar ¿es posible la conversión? ¿Es posible transformar corazones de piedras? Lucas quince nos narra una triple respuesta, pero sobre todo un método: la misericordia.

DETALLES: sobre la parábola del Padre y sus dos hijos, se ha dicho y se puede decir maravillas, y nos quedamos cortos: el centro del evangelio, la verdadera revelación de Dios, etc. Hablar de esta parábola es como hablar del amor, se puede decir cosas bonitas y luego la cuestión sigue igual. El mayor peligro del cristianismo nos decía el teólogo Bonhoeffer, es la gracia barata, regalar el perdón sin arrepentimiento, sin signos de conversión o predicar un cristianismo Light, qué fácil es engañar al abuelo Dios. Se piensa que la gracia cara es la respuesta: requisitos, leyes. La Gracia es Dios, y Dios es amor. El amor no se impone, se ofrece. Como en el amor verdadero solo los pequeños detalles nos ayudan a caer en la cuenta de su profundidad, de la fidelidad. Por ello, solo diré algunos puntos de reflexión. Veamos.

Jesús es criticado por comer con publicanos y pecadores la gran muletilla que lo persigue en todo su ministerio. No puede ser que se junte con la chusma el mesías, el Señor. El Padre de los dos hijos reparte su herencia en vida, nada común en aquella época. El Hijo menor no solo se gasta todo y mal sino que se va lejos y trabaja entre los cerdos, animal impuro para los judíos. Recapacita y comienza su proceso de conversión. Se arrepiente, prepara la formula y promete enmendarse. Se pone en camino. El Padre apenas lo ve, rompe la lógica de la penitencia y el perdón precede al arrepentimiento, corre a abrazarlo, besarlo. Eso es amor, incondicional, total. Luego viene el restablecimiento de la dignidad del hijo: vestido, anillo, sandalia pero sobre todo la alegría, la fiesta, la música. Eso es ser cristiano haberse encontrado con el amor, celebrarlo. Pero el Hijo mayor, el fiel, no entra a la fiesta, no puede comprender a un Padre tan bueno. Muchos parecidos con los que se escandalizan a los que no cumplen todos los requisitos para la comunión y demás sacramentos. Pero el Padre sale de nuevo al encuentro de su otro hijo: todo lo mío es tuyo, tu siempre estás conmigo, pero este no comprende lo que es la libertad y el amor, solo entendía de cuentas de acuerdo a la entrega y cumplimiento. ¿Qué pasó con él? La historia continua. ¿Cuál es la señal de arrepentimiento? La alegría.

¿Qué es lo que nos cambia? La única respuesta es el amor incondicional y gratuito. El Padre corrió a abrazarlo. El perdón precede al arrepentimiento. El Padre sale al encuentro de los dos hijos. ¿Qué lejos está la Jerarquía eclesiástica de actuar según Dios cuando condena y manda a callar a los que piensan desde la periferia? ¿Qué lejos está la Iglesia cuando se queda en una predica moral, en ritos y deberes, y no en la comunidad del amor? El amor solo se manifiesta en los detalles: Un hombre gran empresario, con títulos y éxitos económicos, lujos y comodidades ya iba por el tercer matrimonio. Hasta que el último lo dejó en la bancarrota, sin un centavo para comer. Tenía tanta hambre y no sabía a dónde ir. Se acordó de su primer amor y tocó la puerta, entró y vio que la mesa estaba servida y había un espacio con su nombre. La mujer solo dijo: sabía que venías.

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