Friday, November 03, 2006

 
¿ESTAMOS LEJOS O CERCA DEL AMOR (REINO)?

XXXI T.O Mc 12: 28-34: “No estás lejos del Reino de Dios”.

Muchas parejas se han jurado amor eterno para comenzar una aventura, un proyecto de vida que no ha llegado muy lejos: un año, dos años, unos cuantos años. Nadie duda de la sinceridad inicial, pero la pregunta del millón aún no se contesta ¿por qué el amor humano es tan vulnerable, tan frágil? Las lecturas de hoy nos hablan del verdadero amor, el humano y el divino, pero lo encontramos en un contexto de polémica, debate y encerrado en fórmulas jurídicas y por eso hablamos del “mandamiento” del amor. Hoy muchos predicarán sobre el gran mandamiento indisoluble del amor a Dios y a los hombres como síntesis de la “religión” cristiana y no cristiana, pues en el fondo es una tradición muy judía anterior al cristianismo: amar a Dios según el Deuteronomio 6:4, y al prójimo según Levítico 19:18, y era tan claro este mandamiento como resumen de la manera de relacionarse con Dios, que tuvieron que crear 611 leyes más para especificar qué significa amar a Dios y a los hombres. El amor se reduce a una ética y la ética a una casuística, pues hay que entender cada caso y ver cuando se puede soltar el vínculo (tribunales eclesiásticos). ¿Verdaderamente creemos los humanos que podemos enmarcar al Espíritu del Amor? Podemos ser sinceros un ratito y preguntarnos de verdad: ¿amamos o creemos amar?

El Salmo (18) de hoy nos dice: “Yo te amo Señor, tu eres mi fortaleza”. No se parece esta hermosa y verdadera frase a esta otra que nos decimos los humanos cuando estamos enamorados: “yo te amo porque te necesito”, “no puedo vivir sin ti”. ¿Es que podemos condicionar al amor según nuestras necesidades humanas de cubrir la soledad, de sentir compañía, protección? ¿Es eso un proyecto de vida? Cuando Jesús quiso mostrarnos qué es el amor y cuál era su misión en el mundo, la mejor manera con que nos enseñó sin que nadie le pregunte o lo pongan a prueba, sino porque salía de sus convicciones y experiencia profunda, usaba las parábolas, el silencio en la oración y en la cruz, y el compartir la mesa con los suyos y los necesitados: “El Amor es como un Padre que abraza a su hijo pecador y busca que razone el justo resentido”, “el Amor es como un grano de trigo que tiene que caer y producir”, “El Amor es como un samaritano (no cristiano) que tiene que levantar, limpiar y cubrir al caído”, “El amor es como el pastor que cuida y da la vida por sus ovejas”, “nadie tiene más amor que cuando sirve o se pone a los pies de los demás”, por eso la señal del amor es la cruz que indica resurrección- eternidad. Jamás Jesús por su propia iniciativa enseñaba a través de leyes y preceptos. Más claro no puede estar, pero nosotros, como los escribas y piadosos de antes, preferimos los sacrificios y holocaustos como prueba de nuestro amor.

Hoy Jesús nos da unas pautas para entender lo que es el verdadero amor, más allá de la ley y las costumbres, ojala no las olvidemos. El secreto del amor está en “escuchar” (no en sentir solamente como solemos decir), en amar con “todo” (no con la partecita de nuestro cuerpo o sentidos), y hacerlo como a “uno mismo” (no reducirlo así mismo), pues no hay más mandamientos (no nos compliquemos la vida tanto), el amor a Dios no se prueba con sacrificios y holocaustos (cuando una madre cuida a su hijo o hija enfermo toda la noche no lo hace por obligación). Entonces la clave de todo esto no es la relación de dos personas solamente, sino la superación del individualismo y las dicotomías: individuo-sociedad, yo-tu, cuando entendamos que el amor es un proyecto social, un nosotros: “no estamos lejos del Reino de Dios”. ¿Mi amor al otro-otra me ayuda a crecer y abrirme o me encierro y encierro al amor?

“Cuentan que el rey San Luis de Francia envió al obispo de Chartres a una embajada. En el camino a su destino, el obispo se topó con una mujer de rostro grave y andar decidido, que, a pesar de que era de día, llevaba en una mano una antorcha encendida y en la otra un cántaro con agua. Intrigado por esa imagen, el obispo mandó detener el carruaje y le preguntó: -¿A dónde vas y para qué llevas esas cosas? Ella contestó: Con el agua voy a apagar el infierno, y con la antorcha voy a incendiar el paraíso. Quiero que los hombres amen a Dios por amor a Dios, no por miedo o de un modo interesado”. No digo más. Amén.

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